SE LANZÓ EN PARACAÍDAS CON SU MOTO!

A principios del siglo XX con la fiebre de las motocicletas azotando las mentes de los ciudadanos más aventureros, explorando los límites de la velocidad y trascendiendo las primeras carreras organizadas, otros seres indómitos empezaron a buscar aplicaciones de lo más disparatado a esos vehículos que eran símbolo de libertad y fuente de adrenalina.

Corría 1926 cuando Fred Osborne decidió enfrentarse al mayor reto conocido hasta entonces por el hombre: saltar con una motocicleta al vacío y salir ileso gracias a la ayuda de un paracaídas. La idea no parecía demasiado complicada y juntaba casi todo lo que se podía pedir en una gesta tan épica hasta la fecha: velocidad, riesgo, altura y una probabilidad de muerte sumamente elevada.

A decir verdad, Osborne no fue un pionero. Esta idea no era en absoluto nueva pues en 1912 se conoce la historia de Franz Reichelt, un costurero que saltó al vacío desde uno de los niveles intermedios de la Torre Eiffel con su moto equipado con un paracaídas hecho a mano en su casa después de espetar un "hasta pronto". Murió en el acto cuando su paracaídas no funcionó como él esperaba.

Osborne estaba convencido de que Reichelt y otros que corrieron suertes similares no eran más que simples aficionados o eran demasiado cobardes para lanzarse desde alturas lo suficientemente elevadas.

El americano eligió meticulosamente el escenario en el acantilado de Huntington Cliff a las afueras de Los Ángeles y comenzó a publicitar su gesta. Cuando en 1927 captó la atención suficiente de la población empezó con los preparativos construyendo una primitiva rampa de madera al final de un camino de tierra y confirmó su hazaña convocando al público y a una cámara para que inmortalizase su gesta.

Era noviembre y las condiciones eran perfectas. El bueno de Osborne estaba motivado. Muy motivado. Preparó su equipo, se aseguró de que los arneses estuvieran bien sujetos a su cuerpo, arrancó su moto y se enfrentó al momento definitivo sin más medidas de seguridad que su tupé, un jersey con dados y una dentadura sin incisivos superiores que dejaba entrever sus antecedentes como acróbata. Por supuesto tampoco hubo ningún tipo de prueba ni ensayo previos.

Fred aceleró hasta una velocidad de casi 100 km/h sobre la tierra y se lanzó sobre la rampa. Ni la trayectoria de despegue ni la velocidad fueron las necesarias para que aquello que Osborne había imaginado en su cabeza pudiera tener una lógica física razonable. Voló sobre el precipicio de una manera bastante precaria y trató de abrir el paracaídas nada más salir de la rampa.

Con una altura a todas luces escasa de unos 60 metros del borde del acantilado hasta el suelo, no hubo tiempo necesario para que el paracaídas se desplegase lo suficiente como para hacer su trabajo, por lo que se dirigió hacia el suelo con todas las papeletas para conseguir un viaje al otro barrio.

Por suerte para Osborne, su peripecia discurría teóricamente sobre unos cables de teléfono que debería sobrepasar plácidamente en su descenso. Unos cables que sin moverse ni un milímetro se cruzaron en medio de su trayectoria de caída. Fred chocó contra aquellos cables lo justo como para amortiguar su caída.

Yaciendo sobre el suelo de Los Ángeles la muchedumbre corrió hacia el cuerpo de Osborne y pese a que el público pensaba encontrarse un cuerpo sin vida, se encontraron a un aventurero maltrecho, herido, pero consciente mientras que su moto ardía entre llamas sólo unos metros más allá. Osborne fue trasladado al hospital en estado crítico y los médicos pudieron salvarle para recuperarse y poder contar al mundo su no-gesta. Obviamente nunca volvió a intentarlo.